Conocer y aceptar los tiempos propios es respetar tu sabiduría interna. Diría el Ermitaño.
En el tiempo sucede todo. El tiempo es la materia prima y el sustrato necesario del cambio, del proceso, de la gestación, del desarrollo, de la evolución, del crecimiento, del amor. El tiempo es la vida.
El tiempo (junto con la consciencia) nos permite crecer y evolucionar en cualquier ámbito, nos permite asentar los procesos, sostener la incertidumbre para que acabe siendo claridad. Nos permite conocernos, aceptarnos y amarnos. Nos permite crear caminos nuevos para recorrerlos hasta sentirnos seguras en ellos.
Todas tenemos 24h al día, contamos con 7 días de la semana y vivimos 12 meses al año. Pero cada una de nosotras tiene un tiempo interno, el suyo propio. Y es sagrado. O debería serlo.
Y me refiero al tiempo asociado al cuerpo físico, al emocional y al energético. El tiempo en el cuerpo mental va mucho más rápido y, habitualmente, responde a nuestro mecanismo de supervivencia, por lo tanto, no suele ser un tiempo que responda a una verdad profunda sino a un miedo (o a un montón de ellos).
Pero el tiempo que se siente como una verdad en el cuerpo, como un sí o un no en todo tu ser, ese es el que nace de nuestra sabiduría interna. Es el que asienta los procesos y, sin ninguna duda, nos dice “ahora me siento preparada” o “aún no es el momento”. El que nos marca lo que ahora puede ser visto, atendido y sostenido.
Y creo que esta es una de las claves fundamentales no solo de la estima y conocimiento propios, sino también una garantía de respeto y cuidado hacia el proceso de evolución personal, del andar y amar el camino de vida siendo quién eres.
¿Cuántas veces nos hemos forzado o apresurado a hacer algo, salir de una situación, hablar con alguien… sin estar aún preparadas? ¿Cuántas veces nos hemos desmerecido porqué la vecina ya lo había hecho y nosotras aún no? ¿Cuántas veces hemos pensado que a nuestra edad tendríamos que tener las cosas más claras o la vida más ordenada?
No se nos ocurre reclamarle a una bebé de 12 meses que camine perfecto porqué la hija de la vecina ya lo hace ¿verdad? No le decimos que está tardando demasiado, que está procrastinando, que debería esforzarse más, que la vecina es más inteligente y lo hace todo mejor porqué va más rápida. Que si no se da prisa se quedará atrás en su evolución, perderá el tren y nadie la querrá por no haberlo hecho a tiempo.
En ese período de la vida entendemos que el tiempo propio es el que vale, es el que cada persona necesita para que el desarrollo humano pueda ser ¿por qué dejamos de entenderlo del mismo modo cuando somos adultas?
¿Quizás porque entendemos la edad adulta como algo estático? ¿Algo inmutable que no requiere de tiempo propio, de proceso, para evolucionar? ¿O sencillamente la productividad capitalista y sus tiempos se nos han comido?
La vida es cambio y el cambio se produce en el tiempo. Siempre estamos en cambio, nuestro cuerpo cambia cada día. Y si nos lo permitimos nuestra mirada hacía la vida cambia y nuestro pensar y nuestro creer también cambian. Nuestras aficiones, la situación familiar, la manera de estar en este mundo. Todo va cambiando, es propio de la condición humana. Es propio de la naturaleza que somos.
Y estos cambios necesitan tiempo. Cada una el propio.
En esta época fast en la que hemos escogido vivir parece que la mayoría de veces el tiempo es más un problema que un valor. Una lucha constante. Un enemigo de la juventud, de la esclavitud de la productividad (en cualquier ámbito). Algo a combatir.
Y en este contexto es complicado aceptar el ritmo propio porqué parece que por defecto llegamos tarde y mal a todo. Nunca suficiente.
Pero a medida que caminas entiendes que el desarrollo propio, desde un lugar consciente, requiere de presencia y silencio. De escucha interna. Y todo ello es inherente al tiempo. El Ermitaño bien lo sabe.
Así que parece imprescindible darnos un voto de confianza y aceptar que lo que ahora es es porqué ahora puede ser en nosotras. Y lo que no, es porqué de momento no es.
Y es perfecto. La vida no nos pide más todo el rato. La vida nos pide consciencia y disfrute. Y ahí el tiempo está de nuestra parte, como siempre.
Un abrazo,
Laura